Correr por las costas de las islas griegas de Kofounisia y Folegandros supone un inmenso placer para los amantes de las calas tranquilas y solitarias.

El fulgor del cielo y la espuma del mar se remansa en la oscuridad de las negras rocas que sobresalen en la playa. Su dentado perfil recuerda a crestas de ciclópeos dragones sumergidos por arenas de olvido. Un halo de vapor denso y salado se eleva desde los rompientes y transmite una sensación de irrealidad al paisaje. Ya no veo a nadie. Cuando empecé había pequeños grupos paseando o tumbados en sus toallas pero la distancia ha hecho de filtro y ahora estoy solo. Solo tengo el sonido de mi respiración, el impacto constante de mis pies sobre la arena, el punzante olor a salitre y mis ojos cegados por la luz. Una suave brisa enfría el sudor que me cubre como una segunda piel.  Al fondo, donde acaba la playa, se alza un farallón rocoso semejante a la proa fosilizada de un inmenso navío varado. Me dirijo hacia allí, me da igual si voy a llegar o no. Llevo corriendo un buen rato, el tiempo tampoco me importa.  Las pulsaciones, los ritmos, los kilómetros, las distancias… todo eso son datos vacios que el sol, el cielo y el mar han evaporado. Ahora formo parte del entorno, mi cabeza está vacía. Solo me interesa seguir así, avanzando y respirando, avanzando y respirando. El resto lo he dejado atrás; es un sueño, un recuerdo borroso de otra vida, de otra persona. Estoy corriendo por una playa infinita. Una playa de  las islas griegas.

Lanzas danzantes de luz se hunden en un abismo oscuro atravesando en su camino bancos de alevines que vibran y se mecen al compas del flujo y reflujo de las olas que rompen en la superficie. Solo oigo mi propia respiración a través de la máscara y el batir del oleaje. Continuo nadando pegado al borde de la costa. Flotando sobre un mundo acuático azul eléctrico. El acantilado que arriba forma un muro blanco continua bajo el agua sin perder verticalidad. La desnudez mineral de su superficie en tierra contrasta con la profusión de flora y fauna que alberga en sus oquedades submarinas. Me sumerjo para observar de cerca una estrella de mar pegada al fondo arenoso de una zona menos profunda. Mientras subo de nuevo a la superficie miro a mi alrededor: multitud de peces de diversos tamaños y colores nadan a diferentes alturas. El agua, de una transparencia total, pasa de un tono verde esmeralda a un azul intenso asaetado de albas agujas a medida que desciende. La sensación es de estar metido en una inmenso acuario. Me pesan los brazos y las piernas. Debo volver nadando hasta la playa de donde sali. Pero todavia me queda disfrutar la vuelta. Estoy haciendo snorkel en el mar Egeo, en las islas griegas.

Koufonisia es una isla griega perteneciente a las Cicladas Menores formada por dos islas diminutas: Pano Koufonisia  y Kato Koufonisia . La primera tiene una población de unos 300 habitantes y las segunda no está habitada pero se puede acceder a ella desde Pano mediante un servicio de barquitas que te llevan y te traen de vuelta en el dia.  Ambas, pero sobre todo Kato, son un paraiso para los amantes de la tranquilidad. Recorrer su costa corriendo constituye un gran placer por la soledad de las calas que se atraviesan y la belleza de sus aguas turquesas. En los meses de verano hay que tener cuidado con el calor porque ,aunque muchos dias sopla la brisa marina, se alcanzan temperaturas muy elevadas lo que requiere una correcta hidratación.

Folegandros, pertenciente también a las Cicladas, es algo mayor que Koufonisia. Aun así, es muy pequeña (32 kilómetros cuadrados) y cuenta con algo menos de 1.000 habitantes. Su relieve es escarpado y salvaje: una muralla de roca vertical defiende gran parte de su costa y se alterna con calas de fina arena a las que hay que acceder a través de empinadas sendas. La isla está dividida en dos zonas bien diferenciadas: una más turistica donde se concentran los hoteles, bares y restaurantes (Chora) y otra que conserva su caracter más tradicional. En Folegandros se hace un magnífico snorkel ya que estos escarpes continuan su verticalidad bajo las aguas. Esto unido a la gran transparencia de sus aguas hace que al mirar hacia abajo, a través de la máscara de buceo, la sensación de caida que se tiene es brutal .

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