ASCENSION: Djebel Toubkal (4165m) máxima altura de la cordillera africana del Atlas
Ascensión al Djebel Toubkal (4165 m), punto culminante del Atlas marroquí tras realizar una espectacular ruta de trekking disfrutando de los intensos colores y paisajes que nos brindan las colosales montañas que integran este macizo.
TEMPORADA |
Estival |
TIPO DE RUTA |
Lineal |
ALTURA MÁXIMA |
4165 m |
DESNIVEL |
3764 m |
DURACIÓN (I+V) |
6 días |
DIFICULTAD |
ND |
[ Cómo llegar ]
Para realizar esta ascensión elegimos contratar los servicios de una agencia de viajes de aventura especializada en este tipo de rutas, ya que, de esta forma, aligerábamos mucho el peso que debíamos transportar durante los días del trekking y del propio ascenso al Toubkal. Por otro lado, la ausencia de puntos de avituallamiento durante el recorrido nos hubiera obligado a transportarlo todo con nosotros. Desde Madrid cogimos un vuelo directo a Marrakech y tras un par de días visitando la ciudad, un minibús nos depositó en el comienzo de la ruta.
[ Descripción de la ruta ]
Gran parte del peso de nuestras mochilas era transportado a lomos de una mula ya que estos animales eran el medio habitual para acarrear materiales por los pedregosos e inestables senderos del Atlas. Además estábamos en pleno mes de Ramadán y el guía que nos acompañaba no podía comer ni beber nada durante el día hasta las ocho de la tarde. Así que cuando hacíamos alguna parada tras un fuerte repecho bajo un sol de plomo y atacábamos la botella de agua mientras nuestros acompañantes nativos se apartaban a alguna sombra sin beber una gota entendíamos el sacrificio y la fuerza de voluntad que puede otorgar la fe. Tenían también que rezar a unas horas determinadas, incluso a las tres de la madrugada, y tras las jornadas que hacíamos el descanso nocturno era esencial.
Antes de afrontar la ascensión del Toubkal propiamente dicha estuvimos realizando una travesía para conocer los valles y pueblos del Atlas. Nos sorprendió mucho el agudo contraste de vivos colores que dominaba el paisaje. El rojo sangre de los terrenos arcillosos, acentuado por la lluvia torrencial que nos cayó en la tarde del primer día, se mezclaba con tonos amarillos, ocres e incluso azules de las vetas minerales que surgían de la tierra. Los pueblos se mimetizaban perfectamente con su entorno ya que estaban construidos con materiales propios de la zona y adoptaban los mismos colores del suelo. Estas poblaciones estaban edificadas sobre las laderas, en el fondo de los valles, cerca de los escasos terrenos de cultivo que aportaban el único toque de verde frescor al entorno terroso predominante.
Por las noches nos alojábamos en las casas de estos pueblos, normalmente en una amplia habitación profusamente decorada con alfombras y cojines pero diáfana, sin muebles. Extendíamos los cuatro nuestros sacos sobre el suelo alfombrado y reposábamos tan profundamente que no nos enterábamos cuando a medianoche y de madrugada los guías rezaban sus oraciones.
La gente de estos pueblos vive fundamentalmente de rebaños de cabras y de exiguos huertos que crecen a la vera de los arroyos que descienden impetuosos de las cumbres. Algunos de estos torrentes forman impresionantes saltos de agua como el que nos llevó a ver el guía al fondo de un profundo cañón en una jornada en la que tomamos un pequeño desvío respecto de la ruta inicial.
Después de estos días de trekking, llegamos al pueblo de Imlil desde el que se afronta la ascensión al Toubkal propiamente dicha. En Imlil nos fuimos a un hammam o baños árabes para relajar un poco los músculos. Conseguimos que nos metieran a las dos parejas a la vez, cosa inusual ya que en estos baños los chicos y las chicas van siempre separados. Además era el hammam que utilizaba la gente del mismo pueblo y no el típico de los hoteles para turistas. Contrastes de agua fría y caliente aderezados con un buen masaje para dejarnos pulidos y con las baterías cargadas de cara al Toubkal.
Con la rodilla dando un poco de guerra, partimos de Imlil hacia el refugio francés desde el que se ataca la cima del Toubkal. En la primera parte del recorrido coincidimos con peregrinos que se dirigen hacia un lugar sagrado para el Islam: una roca blanca rodeada de reliquias. En esta zona se han instalado puestos donde venden todo tipo de artículos. De hecho, al descender, fue aquí donde regateamos por un fósil de trilobite y donde nos bebimos esos zumos de naranja que nos llevaron a un final de viaje movidito. Después el sendero asciende por el fondo de un valle pedregoso flanqueado de ásperos murallones hasta desembocar en el refugio francés del Toubkal (3300 m). En el refugio nos instalamos en las literas y tras una buena cena regada del té con menta que escancian todas las noches los guías, nos vamos a dormir pronto para madrugar de cara a la jornada siguiente.
A las 5:00, pertrechados con nuestras frontales, salimos del refugio bajo la negra bóveda celeste herida de infinitos puntos de pálida luz que en breve comenzarán a desvanecerse entre las brumas rosadas del tímido amanecer. Ascendemos por una ladera cuajada de enormes rocas como bolos ciclópeos con tramos de piedra suelta en los que cada dos pasos hacia delante resbalas uno hacia atrás. Así llegamos a un collado a 3965 m. desde el que ya se intuye la cima y a partir del cual la senda pierde inclinación. En este punto se abre un panorama de moles rocosas pardas y cenicientas que el sol hace reverberar con tonos rojizos en sus partes más elevadas. Al poco vislumbramos ya la pirámide de la cumbre y alcanzamos la cima los cuatro. Fotos de rigor y descendemos el sendero de subida con algo más de precaución que uno de los guías que vemos bajar por el pedrero dando saltos como pollo sin cabeza y con una especie de chanclas en los pies. Regresamos en una misma jornada hasta Imlil cruzándonos con multitud de mulas cargadas de todo tipo de enseres e incluso con personas que habían optado por dar descanso a sus fatigados pies.
De vuelta a Marrakech, aprovechamos unos días para sumergirnos en el bullicio de su zoco y de la plaza de Yamaa el Fna. Encantadores de serpientes, puestos de comidas, danzantes, aguadores, escanciadores,… todo en una mezcolanza y caos de humos y olores que en ocasiones te acaba mareando por la simple acumulación de estímulos olfativos y visuales. Las calles del zoco cubiertas de telas por las que se filtran lanzas vaporosas del inclemente sol, son trampas en las que cada vez que te detienes a observar cualquier cosa alguien te arrastra a su oscuro comercio invitándote a regatear un precio mientras tratas de esquivar las bicis y las motos que como ebrios insectos van sorteando milagrosamente a la muchedumbre. Al caer la noche, nos olvidamos de mapas y planos y jugamos a perdernos en el dédalo de estrechísimas callejuelas que parece se encaminan todas a la plaza y acaban en una callejón sin salida obligándote a dar media vuelta y empezar de nuevo con un regusto de pesadilla recurrente.
El último día, el de regreso, nos ataca el virus estomacal que cogimos con los zumos de naranja de la roca blanca. Y acabamos con las chicas en silla de ruedas por los aeropuertos de Marrakech y Madrid mientras se retuercen con los cólicos intestinales que nos llevamos como recuerdo. Injusto colofón a un viaje excepcional.
[ Galería fotográfica ]