ESCALADA: Via Schulze al Naranjo de Bulnes

Escalada clásica en roca en la cara norte del Naranjo de Bulnes, por la via abierta por Gustav Schulze en 1906, la segunda que se realizo al Picu tras la Pidal-Cainejo

TEMPORADA Estival
TIPO DE RUTA Escalada roca
DIFICULTAD V

 [ Croquis de la via ]

 

[ Cómo llegar ]

Por la carretera AS-264 dirección Poncebos. En este punto seguimos por la CA-1 señalada hacia Tresviso. Después de 10 km, desvíese a la derecha en un camino de tierra señalado hacia Aliva y Urriellu. Cuando el camino se bifurca, siga la señal hacia las invernales del Texu a la derecha. Desde las invernales, una pista sube hasta collado pandébano la cual podemos recorrer a pie o bien en vehículo teniendo en cuenta que en el collado es complicado en ocasiones encontrar sitio para aparcar.

[ Descripción de la ruta ]

Dejamos el C4 en pandebano a eso de las siete de la tarde con la música de Lana del Rey sonando aún en nuestra cabeza. El tiempo es perfecto, cielo limpio, sin rastro de nubes: es lo que esperábamos. Jesusin sale como un tiro con la idea de pasar a unos que llevábamos delante. Así que rompemos a sudar rápido. Directos a Vega Urriellu por la bonita senda que deja abajo Bulnes y por la que enseguida aparece la impresionante mole del Picu alzándose. Pétreo dedal que te observa retándote y acogiéndote al mismo tiempo.

En algo menos de dos horas nos presentamos en Vega Urriellu, con las últimas luces del atardecer tiñendo de tonos cobrizos el horizonte cantábrico.

En el refugio nos dan un par de nórdicos y nos instalamos en nuestras literas. No habíamos reservado cena así que nos zampamos una barritas deluxe en el comedor. El Sr. Trepador se va a dormir enseguida y yo me quedo un rato contemplando la bóveda estrellada a la puerta del refugio. Después trepo a la litera y a sobar un ratillo.

A las 4:00 el Jesús me da un codazo y me arranca del semisopor en el que estaba sumergido. La habitación se encuentra totalmente obscura y mientras busco la frontal, el Sr. Trepador ha pegado un salto y sorteando todos los obstáculos sale hacia el comedor. Debe tener un sonar tipo murciélago. Preparamos los archiperros y salimos con las frontales a la noche cuajada de estrellas.

El cielo está pulido, recién lavado, es un mar de petróleo salpicado por infinitos puntos parpadeantes. De vez en cuando una lágrima brillante abre una herida en la negrura abisal cicatrizando al instante.

Somos los primeros en acercarnos al Picu y llegamos al pie de la pared aún de noche. Hay momentos que sabes que estás justo donde quieres estar y ese rato que pasamos tiritando de frío, al refugio de unas rocas, viendo perfilarse la figura del Picu con las primeras luces del alba, fue uno de ellos. En la espera, vimos bajo nosotros el típico gusano de luz zigzagueante, gente que ya subía por la canal de la Celada que acabábamos de ascender. Los puntos clave de la vía que íbamos a subir empezaban a verse nítidos  y con el croquis en  la mano reconocimos la famosa Y griega que constituía el comienzo.

Y allá vamos: primer largo por el flanco izquierdo de la Y avanzando por una fisura hasta un paso divertido en el que nos metemos en una chimenea por la que vamos progresando mediante la técnica de oposición. La mochila que llevo se queda encajada en la roca y estorba bastante. De pronto, al intentar estirarme para alcanzar un saliente la mochila me retiene un momento y el pie de gato me resbala en la roca pulida. Sin darme cuenta de lo que pasa noto un par de golpes en la espalda y el tirón fuerte de la cuerda que retiene mi caída. Mi compañero está atento arriba y me ha asegurado bien.  Rabioso vuelvo a recuperar el terreno perdido y llego hasta Jesusin que me anima por el tropiezo.

Hemos llegado al punto en donde nuestra vía se desvía de la Cepeda y realiza la travesía que enlaza los dos palos de la Y. Aquí es importante no perder la concentración puesto que una caída provocaría un péndulo curioso. Así que despacito ponemos atención en colocar bien los pies y así llegamos a un punto donde encontramos un viejo taco de madera colocado posiblemente por el mismo Schulze.

Y sin más llegamos a la terraza intermedia donde descansamos un ratillo con el magnífico panorama de agujas calizas frente a nosotros.

Iniciamos la segunda parte de la vía que consiste en la chimenea Pidal-Cainejo, la vía por la que ascendieron por primera vez al Picu estos ilustres pioneros de la escalada en España. El primer largo aparece en el croquis como “fisura difícil” y efectivamente había un momento en que empotrando los dedos y un pie en la fisura hay que alzarse a lo largo de ella confiando en estos precarios seguros.

Superado este tramo vienen las conocidas “panzas de burras” que tan exhaustivamente describió Pedro Pidal en su ascensión. Son una par de bloques extraplomados empotrados en la chimenea que los pioneros superaron alzándose uno sobre los hombros del otro. En nuestro caso, sin hacer uso de esta técnica, tiramos de brazos y nos elevamos sobre las panzas con verdadera admiración por los primeros que tuvieron el valor de superar estos pasos sin tener clara la continuación por arriba ni el descenso. Sabemos que los puntos clave van quedando debajo de nosotros y esto nos infunde ánimo para acometer la última parte de la ascensión por la misma chimenea que ya va perdiendo parte de su dificultad. Este último tramo es disfrutón y el ver que sobre ti cada vez tienes más cielo y menos roca te ensancha el corazón. Vemos que hay otra cordada bajo nosotros y extremamos la precaución para no tirar piedras, cosa difícil sobre todo porque en la parte final se acumulan los cantos sueltos.

Llega un momento en que puedes ya andar sobre terreno horizontal, unos pasos más y la cumbre más emblemática del alpinismo español se encuentra entera bajo tus pies. Vemos el pedestal donde debería estar la Virgen, unos hitos de piedra y un horizonte de blancas torres calizas salpicado por verdes prados. El aire reverbera de luz, el cielo es un espejo azul oscuro y en lontananza se divisa el mar cantábrico lamiendo las playas de Asturias y Cantabria. Me vienen muchos recuerdos: de niño, mi padre nos llevó por primera vez a Picos desde el camping de San Vicente donde pasábamos las vacaciones de verano y nos hablaba del Naranjo como del guardián de este mundo vertical.

La gente se va acumulando en la cima y para evitar atascos en los rápeles, bajamos rápidamente por el anfiteatro de la cara sur. El descenso consiste en seis rápeles encadenados para los que unimos las dos cuerdas que traemos. Vemos a gente que sube por la normal de los Martinez. El reverso echa chispas mientras disfruto de la sensación de dejarme caer a lo largo de la pared. Al llegar abajo, Jesús me advierte que eche patas y no pare hasta haberme alejado del pie de la pared mientras él recoge el material. Pienso que se la ido la olla pero le hago caso. De pronto, mientras bajo, oigo un retumbar sordo seguido de una explosión violenta. Me doy la vuelta y observo trozos de roca volar muy cerca de donde habíamos acabado de rapelar. Ahora entiendo las prisas del Jesús: esto es el tiro al plato. La pared está viva y nos despide a su manera.

La vuelta hasta collado Pandebano se hace larga por la falta de agua. La boca se convierte en un trapo seco y en las piernas se va notando el desnivel. Chus se adelanta bajando como una máquina desbocada. Justo antes de llegar al collado hacemos una parada en una cabaña donde nos ponen un par de jarras de cerveza fría con limón. Sentados en un banco a la sombra con nuestras jarras trato de recordar un momento en que haya disfrutado más de una cerveza y no lo consigo. Finalmente llegamos a Pandébano y de allí bajamos a Arenas de Cabrales a celebrarlo. En Arenas, nos metemos una buena cena regada de un magnífico ribera que debido a la deshidratación que habíamos pasado nos entra como agua.

El Naranjo nos ha brindado una jornada imborrable, pero en el fondo, como siempre pasa en montaña, los mejores recuerdos son los momentos de dificultad superada junto al compañero de cuerda y en mi caso he tenido la enorme fortuna de ir con el mejor.