ASCENSION: Volcán Eyjafjallajokull y Trekking de Landmannalaugar en Islandia

Ascender a un volcán activo en Islandia y realizar uno de los trekking más bellos del mundo nos permite conocer la tierra de fuego y hielo, el mundo mineral de colores primarios que nos hace retroceder a los orígenes de nuestro planeta.

TEMPORADA

Estival

TIPO DE RUTA

Lineal

DESNIVEL

2533 m

DURACIÓN (I+V)

7 días

DIFICULTAD

ND

[ Cómo llegar ]

Al igual que en anteriores expediciones, en este caso optamos por integrarnos en un grupo organizado por una empresa especializada en viajes de aventuras ya que de esta forma el peso que debemos llevar durante las siete jornadas de trekking se reduce a nuestro equipo personal y comida para el día ya que al llegar a los refugios podíamos reponer alimentos de depósitos que la agencia tenía preparados a tal efecto.

Así, cogimos un vuelo directo nocturno Madrid-Reykjavik y una vez en Islandia, en el propio aeropuerto, la guía ya nos esperaba para llevarnos en furgoneta a un hotel donde pasar la noche. Al día siguiente un vehículo todo terreno nos llevó al comienzo del trekking de Landmannalaugar.

 

[ Descripción de la ruta ]

El trekking de Landmannalaugar en Islandia es considerado uno de los más bellos del mundo y durante este viaje pudimos comprobar las numerosas razones de su reconocida fama. Además el colofón de la ascensión al volcán Eyjafjallajokull, cuya erupción hace apenas un par de años paralizó durante semanas el tráfico aéreo europeo, supone la guinda a una ruta difícil de olvidar.

En la primera jornada partimos del paraje que da nombre a todo el trekking: Landmannalaugar o lugar donde la gente se baña. Efectivamente, es una verde pradera enmarcada por suaves laderas rojizas con una humeante laguna de aguas termales que prepara los músculos para las jornadas que nos esperan.

Tras el baño, salimos bajo un aguacero tremendo  en dirección a Hraftinnusker, primera etapa de nuestro viaje. Pronto pasamos junto a fumarolas que exhalan densos vapores con olor a azufre y ascendemos por un sendero que nos permite observar a nuestros pies una extensa y negra formación de lava solidificada. El agua y ,sobre todo, el viento no cesan ni un instante y apretando los dientes llegamos a una altiplanicie rodeados de bruma. En ella encontramos riolita, un mineral oscuro y pulido con propiedades magnéticas muy peligroso en caso de tormenta eléctrica ya que atrae los rayos. Cuando llegamos al refugio de  Hraftinnusker a pesar de todo el gore- tex que nos cubre a nosotros y a nuestras mochilas estamos empapados y ateridos. El refugio está situado al resguardo de un valle donde conviven de forma extraña las fumarolas y piscinas de lodo hirviente con nieves perpetuas. Nada más entrar al refugio colgamos toda la ropa de unas cuerdas en un vestíbulo con estufa de manera que tienes la sensación de estar en un secadero de jamones con un fuerte olor a humedad y sudor. El saco y la ropa se han mojado incluso con cubremochilas así que tomo la precaución de envolverlo todo en bolsas de basura de cara a próximas jornadas. La fatiga hace que nos durmamos rápido aunque en todos los refugios que encontraremos en la ruta las ventanas carecen de cortinas y la noche tiene la claridad difusa de estas latitudes.

Al día siguiente el mal tiempo sigue presente y nuestro rumbo se encamina al lago Alftavatn. La guía nos comenta que esta ruta es como un videojuego en el que vas pasando niveles y cada uno tiene unos colores diferentes. Es cierto ya que al principio los tonos pardos, ocres, marrones y negros volcánicos veteados de franjas blancas de nieve y azules de hielo se alternan con finas líneas de un verde intenso perteneciente al musgo que crece siguiendo los exiguos arroyuelos que bajan procedentes del deshielo. Pero más adelante, nos asomamos a un balcón desde el que contemplamos bajo nosotros un valle que tiene todas las tonalidades posibles del verde y en el que se aprecia el espejo del lago Alftavatn, nuestra meta,  protegido por esbeltos picos piramidales. A veces tienes la impresión de estar mirando un enorme cuadro recién pintado.

Al llegar al refugio empapados de nuevo tendemos el equipo en el secadero de jamones. Tengo la genial idea de poner a secar los calcetines en una estufa eléctrica en la cocina y de pronto veo que están echando humo. Al cogerlos para sacarlos de la estufa se me pegan a la mano y me provocan una quemadura importante. Menos mal que dentro del grupo teníamos una enfermera que me venda bien la herida y a base de pastillas paso una noche tranquila.

A la mañana siguiente sale un día muy ventoso. Vemos manadas de caballos salvajes y pasamos junto a puntiagudos picos de estilizadas líneas tapizados del verde fosforescente que impregna todo. Atravesamos una llanura infinita de arena negra con rocas de obsidiana que recuerda a un vasto desierto de ébano.

Nos adentramos en el fantástico cañón George, formado no por lentos procesos erosivos sino por violentas agitaciones volcánicas. Un torrente de aguas turbulentas y arenosas se abre paso por su cauce. En sus paredes la paleta de colores que nos ha acompañado durante la ruta se desata aún con más viveza: vetas rojas de hierro, amarillas de azufre, negras de lava, verdes de musgo… y en el horizonte los glaciares entre los que vamos a pasar en las próximas jornadas extienden perezosos su manto de sucia blancura sobre la oscura llanura.

Esa noche en el refugio de Emstrur estamos bastante apretados y encima el clásico caimán roncador sopla con tal fuerza que hasta Sandra tiene dificultades para pegar ojo. Gran invento los tapones para oídos.

En la siguiente etapa nos encaminamos, con mejor tiempo, hacia el bosque de Thor, única masa forestal que veremos en la ruta y que supone un cambio respecto a la vegetación arbustiva y musgosa que habíamos tenido hasta el momento. Toca atravesar furiosos torrentes de deshielo, con agua helada hasta las rodillas, las botas al cuello y aguantando la fuerza de la corriente que nos hace tambalear. Después de cruzar, los pies quedan como témpanos y hay que frotarlos para activar la circulación. Por la tarde alcanzamos el refugio de Borsmork, el mejor de toda la ruta, y que supone la antesala a las cimas que se yerguen frente a él y de las que lo separa un gran torrente pedregoso.  Las cervezas que nos tomamos al ansiado sol después de darnos una ducha caliente suponen un grato paréntesis.

Por fin, cuando despunta el nuevo día, nos encaminamos hacia el volcán  Eyjafjallajokull y el refugio de Fimmvorduhals, objetivo de la penúltima etapa. Esta es la jornada más montañera de todas y en la que disfrutamos de amplias vistas donde podemos contemplar lo caminado hasta el momento e identificar picos y lagos por donde habíamos pasado. Es una jornada soleada lo cual se agradece después de las lluvias pasadas. En ocasiones el sendero se estrecha y circula pegado a la ladera salvando amplios desniveles. Caminamos por afiladas aristas con la ayuda de cadenas instaladas en los tramos más complicados, dejando a ambos lados, bajo nosotros, afilados cortados. Al llegar a la cima del volcán observamos como el suelo exhala pequeñas nubes de vapor y al tocarlo notamos su calor. El terreno que pisamos son rocas resultantes de la erupción del volcán de hace un par de años y nos llevamos un pequeño trozo de recuerdo. Al descender pasamos por un bellísimo lago de tonos turquesa que abría el paso entre los glaciares Myrdallsjokull y Eyjafjallajokull. Este paso es también un balcón al océano Atlántico, meta de la última etapa, y el sitio donde se alza el refugio de Fimmvorduhals, una pequeña caseta, rodeada de hielo y roca.

En la última etapa acompañamos un curso fluvial desde los glaciares hasta el océano a través de una espectacular serie de cascadas encadenadas que culminan con una de las caídas de agua más conocidas de Islandia: Skogafoss. Este es el final de una ruta que quedará marcada en nuestra memoria como la vuelta a los orígenes de la tierra, cuando todo era virgen y nuevo; de un mundo mineral y salvaje en el que el hombre aún puede sentirse un extraño en su propio planeta.

[ Galería fotográfica]

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